Romans 13

Deberes para con las autoridades

1Todos han de someterse a las potestades superiores; porque no hay potestad que no esté bajo Dios, y las que hay han sido ordenadas por Dios
1. El presente capítulo inculca los deberes para con la potestad civil, y es de señalar que S. Pablo escribió estas amonestaciones en tiempos de Nerón, perseguidor en extremo cruel de los cristianos. Obedecer a las autoridades es una obligación independiente de las cualidades personales de los mandatarios. Véase Mt. 22, 21; 1 Pe. 2, 13-15; Jn. 19, 11. Los Padres de la Iglesia procuraron con toda diligencia profesar y propagar esta misma doctrina: “No atribuyamos sino al Dios verdadero la potestad de dar el reino y el imperio” (S. Agustín). Vemos una elocuente confirmación de esta doctrina en Ef. 6, 5 ss. Y en la sumisión de Pablo y de Pedro hasta la prisión y el martirio.
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2Por donde el que resiste a la potestad, resiste a la ordenación de Dios; y los que resisten se hacen reos de juicio. 3Porque los magistrados no son de temer para las obras buenas, sino para las malas. ¿Quieres no tener que temer a la autoridad? Obra lo que es bueno, y tendrás de ella alabanza; 4pues ella es contigo ministro de Dios para el bien. Mas si obrares lo que es malo, teme; que no en vano lleva la espada; porque es ministro de Dios, vengador, para (ejecutar) ira contra aquel que obra el mal. 5Por tanto es necesario someterse, no solamente por el castigo, sino también por conciencia. 6Por esta misma razón pagáis también tributos; porque son ministros de Dios, ocupados asiduamente en este asunto. 7Pagad a todos lo que les debéis: a quien tributo, tributo; a quien impuesto, impuesto; a quien temor, temor; a quien honor, honor
7. Es decir que el pago de los impuestos no es obligación meramente civil, de lo cual un cristiano pueda dispensarse en conciencia, sino un deber religioso. El Evangelio es así no solo la fuerza de Dios para la salvación (1, 16), sino también el insuperable motor de cada alma para el orden y bienestar de la sociedad organizada.
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El amor es la plenitud de la ley

8No tengáis con nadie deuda sino el amaros unos a otros; porque quien ama al prójimo, ha cumplido la Ley
8. Señala como ley básica de la vida cristiana el amor de caridad, que es el resumen y la cumbre de los mandamientos de la Ley. Cf. Ex. 20, 13 ss.; Dt. 5, 17 ss.; Lv. 19, 18; Ga. 5, 14; Col. 3, 14.
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9Pues aquello de: “No cometerás adulterio; no matarás; no hurtarás; no codiciarás”; y cualquier otro mandamiento que haya, en esta palabra se resume: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. 10El amor no hace mal al prójimo. Por donde el amor es la plenitud de la Ley
10. Es esta una lección fundamental de doctrina y espiritualidad. El que tiene amor tiene todas las virtudes; si le falta el amor, no tiene ninguna que merezca tal nombre en el orden sobrenatural. Véase 1 Co. 13, 1 ss.; Mt. 22, 39; Ga. 5, 14.
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Conocer el tiempo

11Y (obrad) esto, conociendo el tiempo, que ya es hora de levantaros del sueño; porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe
11 s. Las obras de las tinieblas son las propias de Satanás que es la potestad de las tinieblas (Col. 1, 13), es decir, del mundo (Jn. 14, 30) “en este siglo malo” (Ga. 1, 4). Jesús se presentó como la luz que nos saca de esas tinieblas (Jn. 12, 46; 1 Jn. 1, 6 s.). El Apóstol mueve siempre a esperar el Retorno del Señor, el gran día próximo a amanecer (cf. Hb. 10, 37 y nota) y exhorta como Él a vigilar (Mc. 13, 37) conociendo el tiempo esto es, las señales que están anunciadas. Cf. Mt. 24; Lc. 17 y 21.
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12La noche está avanzada, y el día está cerca; desechemos por tanto las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de luz. 13Andemos como de día, honestamente, no en banquetes y borracheras, no en lechos y lascivias, no en contiendas y rivalidades; 14antes bien, vestíos del Señor Jesucristo y no os preocupéis de servir a la carne en orden a sus concupiscencias.
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